Abandonaron su tierra original y se asentaron en Cúcuta. Al menos 400 yukpas utilizan el agua del río Táchira y están expuestos a enfermedades como la malaria, el dengue y la escabiosis.

Por: Rafael David Sulbarán

Entre árboles gigantes, mucha humedad, animales silvestres y ríos caudalosos, la comunidad indígena Yukpa se formó en el oeste de Venezuela, donde se comparten más de 200 kilómetros de frontera con Colombia. La Sierra de Perijá es un amplio espacio verde que en sus suelos reposa grandes minas de carbón que han sido pretendidas por años, pero defendidas por esta comunidad ancestral que desciende de los indios Caribe, en el oriente venezolano.

Los yukpas siempre se han movilizado, su naturaleza es seminómada, sin embargo se han mantenido por más de 500 años en la Serranía de Perijá, territorio que ocupa más de 2800 kilómetros entre una espesa vegetación, pumas y cóndores de selva. Los yukpas son cazadores naturales y siembran. 

“El primer contacto histórico con estos pueblos indígenas se realizó entre 1530 y 1540 por Ambrosio Alfinger, quien los obligó a refugiarse en la Sierra de Perijá, donde permanecieron acosados por el ‘blanco’ y su violencia, hasta que los misioneros capuchinos buscaron el contacto pacífico con el grupo de los Aratonos en el año de 1691”, reseña un artículo explicativo sobre sus raíces la Organización Nacional indígena de Colombia (ONIC). 

Los yukpas también tienen presencia en Colombia. Por muchos años compartieron territorio entre el Cesar, al norte de Colombia y en la zona sur occidental Lago de Maracaibo, lo que se denomina la Serranía de Perijá. Datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas de Colombia (DANE), indican que la población yukpa colombiana es de 3.610 según el último censo realizado por el Departamento Nacional de Estadística (DANE) en el año 2018. En el lado venezolano, por estimaciones del Ministerio del Interior venezolano, los yukpas superan los 10 mil habitantes, pero esto ha cambiado en los últimos años.

La comunidad yukpa tiene una amplia presencia en el norte de Colombia. Foto/Cindy Catoni

Ellos son felices en su hábitat mientras tengan comida, cuando se agotan los recursos, salen por ellos. Por esta razón, debido a la fuerte crisis económica que golpea a Venezuela desde mediados de la década pasada, estos indígenas se han desplazado hacia Colombia, ocupando principalmente la ciudad fronteriza de Cúcuta, en el departamento de Norte de Santander. Otra de las poblaciones que albergan a los yukpas son Valledupar, en el Cesar colombiano, así como Maicao en el departamento de La Guajira, hogar ancestral de la etnia wayuu, que comparte con la parte norte del estado Zulia en Venezuela. 

La organización no gubernamental “De justicia”, estima que en 15 ciudades colombianas, los yukpas hacen presencia buscando nuevo sustento, pero principalmente es Cúcuta, que en tres grupos divididos, reúne a más de 400 personas que se han instalado muy cerca del paso fronterizo.

La localidad de Ureña, en el lado venezolano, se encuentra en la línea limítrofe con los cucuteños. El Puente Internacional Francisco de Paula Santander es el paso oficial que es compartido con al menos, 170 pasos ilegales o “trochas” como se le llama en lenguaje coloquial. Allí, en el asentamiento semiurbano “El Nuevo Escobal” desde finales del 2017 los yukpas llegaron y se instalaron en lo que en otrora fue un basurero, a 300 metros del río táchira, afluente que es una frontera natural compartida entre Norte de Santander y el estado Táchira, el nororiente colombiano y la zona occidental de Venezuela.

Las aguas del río, según el Instituto de Conservación de la Cuenca del Lago de Maracaibo (Iclam), se encuentran contaminadas debido a las actividades petroleras en la zona, además de la utilización de fertilizantes y químicos de productores agrícolas. Ambos países, por ser esta una cuenca hidrográfica internacional tiene injerencia en sus aguas, sin embargo el estado colombiano ha declarado en oportunidades que debido a la crisis venezolana, las conversaciones para tratados o convenios han estado interrumpidas.

“Antes de los inconvenientes del vecino país hubo encuentros, pero en todo caso estamos disponibles para hacer cualquier acercamiento”, indicó Melik Sarkis secretario departamental de Vivienda y Medio ambiente de Corponorte, corporación del estado en Norte de Santander.

Los yukpas llegaron con ánimos de mejorar su economía, por esta razón, los hombres se han dedicado a trabajar en el paso fronterizo como “carreteros”, encargándose de llevar mercancía a personas que viajan desde Venezuela a comprar artículos para la reventa. También como recicladores se ganan la vidas unos cuántos. De igual forma se han dedicado al comercio informal y a trabajar en las calles de Cúcuta vendiendo agua, refrescos o comida.

Muy cerca del paso fronterizo de Villa del Rosario, alrededor de 400 personas se han instalado. Foto/Cindy Catoni.

En muchas ocasiones han sido señalados en medios de comunicación como un grupo “peligroso” que al sentirse amenazados utilizan la violencia para defenderse. También han sido vinculados de trabajar con el contrabando de comida, sobre todo carne de res, en esa zona donde conviven además con grupos armados que tienen bandas delincuenciales encargadas de pasos ilegales, extorsión y robos. Son constantes los enfrentamientos y peleas.

La comunidad yukpa convive en un ambiente hostil, muy distinto a su hábitat natural, pero allí pueden conseguir un plato de comida al día.

El terreno está lleno de desechos sólidos y viven expuestos a la mala calidad del agua y a condiciones de aire complicadas, entre otras cosas por la contaminación que deja la quema de basura en llenaderos cercanos.

A pesar de las condiciones, se mantienen allí. “Prefieren estar bajo esa situación que pasar hambre en Venezuela”, expresa Carmen Rangel de la organización juvenil cristiana Carpa Esperanza, quienes trabajan en Norte de Santander atendiendo la crisis migratoria venezolana desde junio de 2019. “Regularmente ellos cuentan con arroz y pollo para comer diariamente. Organizaciones como la Cruz Roja prestan ayuda alimenticia y atención sanitaria, sin embargo padecen de enfermedades por las condiciones en las que viven”, agregó Carmen.

Manejo del agua

El acceso al agua potable es limitado. Foto/Cindy Catoni.

El río Táchira es la principal fuente de agua para estas personas, la cual usan de distintas formas, para bañarse, lavar sus ropajes o cocinar . Según reportes de la ONG Dejusticia y la Cruz Roja Internacional, en sus visitas han hallado casos de enfermedades en la piel como escabiosis, hongos en el cuerpo además de enfermedades del estómago por bacterias adquiridas por el consumo del agua contaminada del río, a pesar de que algunas organizaciones humanitarias como Cruz Roja y relacionadas a la iglesia, han donado filtros con agua y se comparte una tubería con agua potable.

La situación se complica cuando entran los períodos de lluvia, volviendo el ambiente más húmedo y propenso a enfermedades como el dengue, la malaria, la escabiosis entre otras. En ocasiones los adultos adquieren botellones de agua potable, sin embargo es difícil el traslado y por supuesto la adquisición de los envases que su precio ronda en los 10 dólares.

La población femenina que habita el asentamiento representa cerca de 40 por ciento, en su mayoría niñas y jovencitas. Según la información aportada por Carpa Esperanza, “las mujeres tratan en la medida de lo posible de mantenerse aseadas. Normalmente uno las ve bañadas y arregladas, olorosas. Con las jovencitas que pasan a ser señoritas, cumplen con su costumbre de raparle el cabello y aislarla hasta que aprenda a cocinar”, expresó Rangel. 

En cuanto al higiene menstrual las mujeres no cuentan con toallas sanitarias suficientes para la demanda, “entonces ellas como pueden, allí, con un trapito atienden su menstruación”, reseñó Carmen, agregando que organizaciones humanitarias han realizado donaciones de implementos sanitarios en varias ocasiones, “pero se agotan rápidamente y quedan a la espera de una nueva ayuda”.

Malaria

En el departamento se han reportado más de dos mil casos de malaria que prolifera en ambientes contaminados. Foto/Cindy Catoni.

Dos niños murieron, uno por desnutrición y otro por complicaciones gastrointestinales en el asentamiento. No se ha precisado si este último caso esté relacionado con las condiciones higiénicas del agua que consumen del río Táchira, pero Carpa Esperanza ha evidenciado la vulnerabilidad de la comunidad, sobre todo los niños que representan casi la mitad de la población. “Se observan muchos niños y niñas con sus pancitas hinchadas, eso es un síntoma de desnutrición o la presencia de parásitos en su organismo. También se han presentado casos de dengue y complicaciones intestinales, diarreas crónicas, gastritis y demás complicaciones”, refirió Rangel.

El Instituto Nacional de Salud de Colombia (INS), en su último informe semanal (mayo 21 de 2020), reseñó que en el departamento de Norte de Santander desde la última semana del año 2019, reportó 2187 casos de malaria, enfermedad ligada directamente al estado del agua. Por las condiciones en las que viven, consumir líquido contaminado, rodeado de basura en condiciones poco salubres, esta población se torna vulnerable a contagiarse con la enfermedad.

Aunque no se ha registrado ninguna muerte, el índice de contagio en esa zona es alto, sobre todo si lo comparamos con los casos reportados por Covid-19, que hasta el 04 de mayo reportó 118 casos en el departamento. De estos más de 2 mil enfermos, el cinco por ciento representan casos de “malaria complicada” potencialmente mortal.

Es difícil precisar si la comunidad yukpa sea uno de los focos contagiosos, ya que al ser un asentamiento informal las autoridades colombianas poco los ha atendido. Sin embargo en el informe de la semana epidemiológica número 21 del año 2020 el INS destacó que 247 casos de contagios por malaria en Colombia corresponden a ciudadanos venezolanos, lo que representa el 95 por ciento de los extranjeros enfermos por este parásito en Colombia, que suman 29 mil 986 casos en lo que va del 2020. Además, recientemente en el año 2018, un brote de malaria o paludismo, afectó a la población de El Tukuko, poblado yukpa ubicado en plena Sierra de Perijá en el lado venezolano, donde no se pudo llevar un conteo oficial, pero según indicó Carlos Polanco, médico del ambulatorio local a un reporte de la agencia AFP, más del 50 por ciento de los casos estudiados dieron positivo.

La cantidad de infectados venezolanos por malaria en Colombia puede ser un número bajo, no llega al uno por ciento del total nacional, pero para una comunidad tan vulnerable como la venezolana, y sobre todo la yukpa, que vive en esas condiciones hostiles en ambientes contaminados, podría representar una situación de elevada peligrosidad.

Fotos: Cindy Catoni

Con información de: ONIC, Dejusticia, La Opinión, AFP.